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La sala

 Circe estaba sentada en su sala, ante una taza de te de violeta, en la que más parecía revolver sus pensamientos que el brebaje. Algo pareció hacer conexión, y se levantó a coger un libro grande de la estantería. Lo cogió con amor, como quien acuna. Y sopló sobre él y tocó un rubí en la tapa.Evidentemente, el libro y Circe se conocían bien, porque se abrió justo por el pasaje que Circe deseaba. Sentándose en su butaca, empezó a leer. En voz alta, como si deseara arrullar al mundo para que se durmiera. Su voz tenía todos los matices de siglos de añoranza, esa tan antigua que se parece más al eco cósmico que a ninguna otra cosa. "Atardecía en Paris. La radio pitó anunciando lo que yo llamo la hora de Dios, ese momento en que la luz anaranjada le confiere  a la lluvia habitual en estos 16 de junio una cualidad casi mágica, que hace que a uno le den ganas de tomar un té en una terraza viendo caer las gotas. Apagué la radio, y una vez puesto el sombrero y la gabardina, salí de casa. N
Circe paseaba por sus estancias. Caminaba con pausa, una figura alta y delgada. A su alrededor los sirvientes se apartaban, en una suerte de código tácito no se sabe si de respeto o temor. Su mirada observaba todo, meditando sobre ello.  Sus pasos la llevaron ante un gran ventanal y miró hacia el exterior. "A veces el invierno tiene bonito aspecto. Hay vientos, y todo parece verse en blanco y negro. Parece como que nada se moviera. Parece que solo lo que permanece caliente tiene actividad. Pero no es cierto del todo. Las plantas parecen dormir, pero en realidad sólo estan guardando un secreto: guardan dentro de sí el sueño de lo que harán cuando sean mayores. Cómo serán cuando llegue la primavera y lleguen a ser todo lo que pueden ser.  Y cuando llega la primavera, se visten a su manera, cada una como se siente bonita y llena de vida. Y todas juntas constituyen la gran fiesta del bosque, del mundo y de la vida. El agua vuelve a correr por sus cauces, llena de brío. El mismo brío c